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Columna: ¿Seguridad? ¿Qué seguridad?

La seguridad puede considerarse como un estado de ausencia de peligros y de condiciones que puedan provocar daño físico, psicológico o material en los individuos y en la sociedad en general.

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Usted se despierta en mitad de la noche, necesita ir al baño. Se incorpora despacio, sin ruido. No enciende luces: su esposa duerme. Avanza cuidadosamente por el pasillo. Allí está el gato, durmiendo feliz e inofensivo junto al calor de la estufa. Usted, claro, no lo vio. Le pisa la cola con sus 90 kilos y el pobre bicho suelta un aullido y se prende con uñas y dientes del pie agresor desnudo… ahora el que suelta un aullido es usted, junto con algunas palabras castizas, pero no aptas para menores. Y ahora grita su señora, asustada, despertada de la peor manera…

Al rato, todas las luces de la casa están encendidas… usted trata de detener la sangre que sale con ímpetu del pie atacado. El felino agresor, con su tradicional astucia, desapareció. Su señora de usted, le dice cosas parecidas a las suyas cuando el ataque…

Tres días después, usted todavía no se puede calzar. Claro, tampoco puede ir a trabajar, y, por si fuera poco, debió vacunarse, por las dudas. Su señora periódicamente –digamos, a cada rato- le recuerda lo imprudente que estuvo al no encender una mísera luz al levantarse –“la luz del celular, ¡aunque sea!”-. Usted ya no busca al gato con un cuchillo en la mano, y el traidorcito lo mira desde cualquier rincón como… con odio, diríamos.

Bueno, en serio. Todo se podría haber evitado encendiendo una luz. Que hubiera –al menos eso piensa usted- molestado el descanso de su esposa. Quiere decir que lo inteligente sería buscar un término medio entre tal descanso y la integridad de sus pies. Y sin intención de sugerir actitudes reprochables, tal término medio debería estar entre la famosa lucecita y la decisión de irse a dormir a la otra pieza.

La seguridad absoluta no existe. Toda reja se violenta, toda pared se perfora, toda alarma se desconecta, todo hombre se distrae, todo perro se anula. Pero pueden encontrarse términos medios, actitudes y precauciones que disminuyan el riesgo hasta un nivel aceptable.

Será necesario, primero, intentar definir o circunscribir el asunto: cuando hablamos de seguridad, ¿a qué nos referimos? ¿a que no vulneren nuestro domicilio esos señores de hábitos más o menos clandestinos que quieren llevarse lo que es nuestro? ¿a que nuestros hijos puedan salir de noche sin peligro? ¿a que no nos estafen dándonos por bueno un billete de moneda falso? ¿a que no nos rompamos un hueso al caernos por culpa de un pozo en la vereda? ¿a que nuestro ruidoso vecino nos deje dormir antes de ir a trabajar? Sin duda, a todo esto, y a mucho más, aun cuando a cada situación podamos adjudicarle diferentes grados de importancia…

A propósito de ruidos, me interrumpo un momento. Veo pasar ante mi ventana a un superhéroe –remerita sin mangas; yo, setentón, camiseta y camperita con bolsillos para facilitar el uso del pañuelo, imprescindible por mi alergia- en veloz motocicleta, grande y ruidosa. A dos mil kilómetros por hora pasa por la calle ida y vuelta varias veces, acompañado por un ruido atronador. Gira en la calle, vuelve sobre sus ruedas, acelera, vuela… Me pregunto: si se cruzara el señor que veo a veces pasar, apoyado en su bastón y siempre acompañado por otra persona, ¿Qué podría suceder? ¿y si fuera el Flaco, perrito callejero del barrio, que hemos bautizado así con mi señora? Por fortuna, el superhéroe desaparece. Pero, ¿Cuál será su derecho de ir y venir a velocidad suicida, de producir ruidos insoportables, de violar una docena de disposiciones de tránsito?.

Todo este episodio medio doméstico, ¿tiene que ver con la seguridad? ¿Mucho o poco? Seguramente que sí. Cuánto, dependerá de nosotros, de la valoración que hagamos de las circunstancias que rodean al asunto. Pero no sólo de nuestra valoración, sino de la que haga la sociedad, como conjunto humano, y sobre todo mediante los órganos que ella creó para hacer soportable la vida: el Estado –aunque parezca mentira- y sus diversos organismos. 

Columnista: Pedro Lago

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